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Ser maestro es ser inmortal


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Vuelve la niñez estudiosa a su centro de vida inquietante. Hay juego de luces en nuestras mentes sin límites, con una puerta abierta a todos los cauces del conocimiento para virar seguros, por la senda del bien y del triunfo. Somos felices, dueños del mundo y del destino.


Este fenómeno psicológico que pocos comprenden por querer delegar todo sólo a los maestros, puede o resulta en lo general, mortal si se está abrazado a un deseo de envejecimiento, incapaz de producir días donde el hombre se ubique en un plano de superación y de creatividad real, cargada de una existencia intensa y elevada. El maestro es dínamo, sí, pero la luz no se forma a fe de su potencia en mentes ofuscadas por la maldad vivida o concebida, por los vicios y placeres formados tal vez a su alrededor como botín de engaño o mentira, como puente de goce que se cruza a través del dinero u otra forma no propia de un ser limpio, tesonero y honrado. Es un desquiciamiento donde familias enteras viven fuera de su coexistencia moral, vegetativa y racional.


Entonces, si la vida es un axioma para todos los seres, porque viven, se mueven, trabajan y están sujetos a un regulador que los alimenta, deben cambiar esa trayectoria por una donde todos se identifiquen como verdaderos maestros, porque sin quererlo, todos somos maestros y esta educación impartida si es noble y productiva, condiciona todo cambio en lo más profundo y duradero, de donde, aferrarse a conceptos y métodos tradicionalistas, equivale a condenarse a vivir en el pasado.


Para enseñar, no se requiere siempre Títulos Académicos sino corazón. Se encuentran en la humanidad miles de esos educadores no hechos en la Universidad sino en el Universo: son militantes vivos: Moisés, Sócrates, Platón, Jesús, etc., porque el mundo aún gira a través de sus enseñanzas inmortales. Las épocas cambian y también cambian los preceptos, es verdad, la palabra puede tener diverso significado si así nos conviene, mas no podrá cambiarse el espíritu de la palabra, éste, se conservará por los siglos tal cual es.


La madre, que solícita vela los movimientos del niño o del hijo, representa a la maestra ideal, por eso el ser de sus entrañas reúne la esencia de todas las cosas de que se compone la naturaleza y, por ello, sólo el estudio y el amor a los semejantes son la pauta de la educación del niño, del niño que ha de conocerse y comprenderse a través de sus miradas y de sus sonrisas, porque ambos muestran la solidaridad de los mundos, de los hombres, de la materia toda, como la imagen portentosa que encarna la realidad primera de la razón de nuestra existencia terrenal.


Todo lo anterior tiene una causa que lo alimenta; es decir, que todos estamos sujetos a una prueba equivalente a la misión contraída desde antes de encarnar en este planeta y que debemos cumplirla íntegramente.


Mi maestro, inagotable venero de sentimientos, de afectos, de ternura, de alegrías, de ideas nobles, ha aceptado sin límites a cuantos niños llegan en busca de luz. Faltan muebles, se improvisan. Nuestros padres han determinado ampliar la escuelita por la misma razón. Vive el momento de sus amores que es goce de los goces, goce supremo de sentirse creador de sus propias obras cosechando la mies de su labor. Por eso no se niega a aceptarlos, son bienvenidos. Un día, toma una determinación justa y prudente, busca quien lo auxilie en tan ardua tarea entre sus propios alumnos y ... fui el elegido. ¡Qué transición tan sublime pero qué misión tan delicada! Enseñar, enseñar a un grupo de mis compañeros que cursan el Primer Año, es trascendental, es algo así como desentrañar de la tierra de todas sus impurezas, librarla de toda clase de malezas y prepararla para el cultivo, donde la semilla, que ha de multiplicarse, ofrenda su vida para la existencia de otras vidas. Enseñar, pues, es cuidar, estimular, crear y comprender, sin cortar los más delicados retoños o ilusiones que nazcan del querer del niño en su estado alerta y curiosidad inmanente.


Por ese medio aprendí a sentir la hermandad de todos los seres. LA TERNURA como memoria del corazón, se engalana en el rosal de nuestros amores eternos y delicados; LA MIRADA, belleza de soles, siempre virgen, aparece como dos páginas de donde que hay que leer en ellos para encontrar el manantial de la eterna luz que ha de iluminarnos como la mano amiga que se tiende en busca de la flor aromática que se encuentra atrapada en medio del zarzal en un éxtasis de adoración; LA NATURALEZA, libro abierto que es reflejo fiel del espíritu que lo idealiza y anima y que es descanso, vigor físico, bienestar y crecimiento; EL HOGAR, envolvente inicio de la vida, de donde brotan nuevas esperanzas con renuevos de los siglos y de lo más perfecto de todo lo creado para la elevación del hombre; LAS FLORES, las flores del alma como alegorías vivientes que se forman de la atmósfera como cantos de ángeles o quereres del espíritu universal que es fuente de lo visible e invisible; LA SONRISA, imán de fuerzas y atracciones estimulativas, alma creadora, manantial inagotable de toda una vida auroral. Por ese medio comprendí al mundo todo solidarizado, donde la unión fraternal tiene como única ley, la sustancia metafísica e indestructible que es el amor de hermano. Así comprendí, una vez más, que donde están los niños, hay un cielo diáfano y puro, donde caben todas las enseñanzas, porque en ellos se graban fácilmente y no resultan una tabla rasa, una página en blanco, sino un recipiente que ha de llenarse de modificadores o satisfactores que le den vida, pues a medida que avanzan en el conocimiento de las cosas, se edifica en su espíritu la estructura de una personalidad llena de las más bellas acciones, galardón que ha de medirse con otras obras que el den oportunidad para encaminarse hacia un SIEMPRE MÁS ALLÁ, donde lo bello, lo ideal, lo humano, lo fraterno, sea como punto de partida y como meta, como ambiente propicio y como regocijo sano para fabricar el mañana.


Mis aliadas predilectas: A (amor), E (esperanza), I (intimidad), O (orden), U (unidad), todas sílfides de luz, que no tienen la filosofía del individuo sino la Moral Cósmica que obliga al discernimiento, me pedían con toda elocuencia y toda sabiduría, que para que llegaran a la mente de mis alumnos, lo hiciera como la siempreviva, cargada de fecundidad perdurable, como un motor de vida indestructible, con las hojas palpitantes y radiantes de hermosura, para poder estereotipar un modelo de radiaciones incitadoras, con la fuerza propulsora de una nueva máquina que sea como una fábrica de productividad continua. Querían llegar, sí, allí donde la vida tiene derroteros fecundantes y trascendentes, para que puedan cosecharse entre risas y alegrías, el dulce y sabroso vivir de la enseñanza.


Con mis números, que "no constituyen sólo la forma sino la esencia de las cosas", era lo mismo, porque el mundo está compuesto de armonías matemáticas y el Universo entero es el GRAN UNO, generador de todos los números y fuente de todas las ecuaciones, como la electricidad lo es también de su Creador.


¿Cómo hacerse copartícipe de esa influencia divina que es luz que baja del cielo? AMANDO. Y para amar, se necesita ser íntegro, íntegro como el MAGNETISMO que es el resultado del movimiento universal, como el amor que sostiene las estrellas en esa cúpula sin fin y sin fondo, como el gorjeo del ave que inunda el oleaje de los aires, como un astro manda a otro astro en el rayo de luz su ósculo de sabiduría, como la madre que derrama su inagotable afecto al hijo de su entidad humana porque palpita siempre en su influencia inmaculada ese don de ser ÚNICO; como el agua, el sol, la atmósfera, la tierra, los mundos todos con sus Constelaciones; en fin, como las moléculas viven abrazadas con su fuerza natural y creciente, que es ejemplo de continuidad y de transformación.


Enseñar así, es sentirse atraído por la naturaleza que cincela en forma espartana, pero de dulce efecto, con éxtasis misterioso, la llama de la vida que arde con delirio para no apagarse nunca. Ser, y más ser. Para lograrlo, hay una verbena sagrada que irradia dando inspiración, de donde somos como un receptáculo, un instrumento útil y renovador: EL AMOR.


Libro: La Escuela en Espíritu

Autor: Epifanio Estrada Cruz



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