Pueblo, maestros, niños y jóvenes de Atlixco
- Epifanio Estrada

- 10 may 2023
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 23 may 2023

Frente a este pequeño oasis de cultura que semeja un hermoso bosque de cuentos de hadas, y que nos recuerda a otro; pero más egregio, más severo y más lleno de tradiciones: al magnífico Bosque de Chapultepec, que cual si viviera vigilado eternamente por el “sargento”, el más corpulento de los 480 ahuehuetes que lo pueblan y a cuya sombra ha nacido el glorioso México de hoy, venimos a honrar la epopeya inmortal de los cadetes muertos en defensa de la Patria, en 1847. 109 años ha, que estos mártires del honor y de la hidalguía sucumbieron, y 109 años ha, que existe una simiente generosa en los campos y ciudades de México. Se proyecta hacia el futuro. Son la niñez y la juventud: la vida nueva y el abundoso polen que se nutren en pos de la ciencia para engrandecerla y consolidarla frente a los destinos de un mundo cuya sola raza diamantina y viril, proclama entre los hombres, y porque la “juventud” de un país representa la conjugación de todas las excelsitudes y la garantía de todas las esperanzas. Para sus hijos, los jóvenes de hoy, han trabajado los hombres de ayer: los héroes como los sabios; los poetas que soñaron, los agricultores que sembraron, los soldados que defendieron sus fronteras. La Patria es un legado rico y precioso que el ayer confía hoy en las manos de los jóvenes para que éstos lo acrecienten, lo depuren, lo eleven. El fuego inmortal de la vida corre en las venas nuevas de los jóvenes, capaces de todas las audacias, aptos a todas las realizaciones. Así la juventud, encontrará fresco refugio, lleno de majestad y belleza, entre las ramazones de los árboles milenarios del Bosque de Chapultepec, que estará en cualquier parte que habitemos, si hay un coloso en la naturaleza elevando al cielo sus cansados brazos como el pilar más sólido de la economía de los pueblos. Volvamos al crisol que en este monumento, erigido por la Patria, en símbolo de una causa, para contemplar conmovidos a nuestros héroes niños, emblema de una estirpe victoriosa, de una enseñanza de sacrificio y de abnegación generosa, para crear una fuerza viva que siga generando abnegación llena de una savia inmortal y prolífica en las nuevas generaciones. Y envueltos, pues, del más doloroso de los recuerdos lleguemos a situarnos en la epopeya de Chapultepec... Son las 8 de la mañana del día 13 de septiembre de 1847. Después de un incesante bombardeo de artillería, las fuerzas enemigas avanzan sobre cadáveres y llegan a las puertas del castillo, en donde se encuentran con la resistencia inesperada, indómita, de los cadetes del Colegio Militar. Entre ellos se halla el Teniente Juan de la Barrera –de 19 años de edad- que desempeñando la comisión del servicio de fortificaciones, se mantuvo siempre en su puesto, combatiendo con singular denuedo, bayoneta en ristre, hasta que los golpes enemigos lo derribaron. Juan Escutia, que apenas contaba con 17 años, es también otro de los héroes y cae con todos los valientes, después de una activa participación contra enemigos más numerosos y mejor pertrechados. Agustín Melgar, tiene en sí el espíritu de la leyenda y se eleva a la altura de la más exaltada poesía épica. Tras un colchón, defiende la entrada del dormitorio de los Cadetes, lucha cuerpo a cuerpo contra varios enemigos hasta que herido mortalmente, cayó para siempre con el nombre de México en los labios. El General Worth, asombrado del valor éste adolescente, se inclinó ante su cuerpo, teñido en sangre, y le dio un beso en la frente. El gesto del general enemigo, es muestra de que Agustín Melgar luchó con un heroísmo ante el cual hasta los adversarios son obligados a descubrirse. Fernando Montes de Oca, de 17 años de edad, héroe y mártir de esta epopeya, encontró la muerte en el combate que tuvo por escenario el ya histórico Castillo de Chapultepec con íntimo decoro y pundonor como sus demás compañeros. Los atacantes jamás esperaron encontrar la resistencia que les fue opuesta por los Cadetes, entre los cuales se hallaba Francisco Márquez, de 15 años de edad, que aún después de herido gravemente, siguió combatiendo hasta sucumbir. Vicente Suárez, contaba con la edad de 17 años, en él, alcanzan los episodios, su más elevada expresión de heroicidad, con el gesto sublime de envolverse en la Bandera de México, para que nadie pudiera profanarla y arrojarse desde el “CABALLERO ALTO” para estrellarse en la falda del cerro. Así se personifica el espíritu del honor nacional y abnegación patriótica de estos paladines de la libertad; de una de las páginas más épicas, tan conmovedoras como gloriosas del libro de oro de su existencia. A los héroes no se les llora, se les imita. He ahí la clave de la prosperidad de una humanidad. Así se conjuga la verdad histórica de nuestros caros visionarios y precursores. Así, en fin, la necesidad de estos actos donde se mezcle el anhelo de ayer, las aspiraciones del presente y la meta del futuro, para fincar la dignidad nacional al servicio de la Patria, madre común de todos. NIÑOS Y JÓVENES DE ATLIXCO: seguid como los héroes de Chapultepec, la misma trayectoria de pundonor y de pasión hacia la libertad y el derecho. Que en vuestros cantos, vuestras risas, en vuestros juegos, en vuestros estudios y en vuestra vida común o de camaradería, exista siempre una relación de vuestros actos de amor ilimitados con todas las cosas, ya estén arriba, ya estén abajo, próximas o distantes, visibles o invisibles, como cátedra permanente hacia el mundo de vuestra razón. ¡SÓLO MÉXICO TIENE HÉROES NIÑOS! ¡QUE GLORIA PARA NUESTRA PATRIA! ¡QUE ORGULLO PARA NUESTRA NACIONALIDAD! SURSUM CORDA: ALZAD VUESTROS CORAZONES! y no sea el dolor a nuestros héroes epónimos el que empañe el claro cielo que los cobija.





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