Prólogo; La escuela en espíritu
- Epifanio Estrada

- 24 ago 2023
- 4 Min. de lectura

¿Vale la pena ser maestro? La sola palabra MAESTRO evoca un camino hacia la madurez, hacia un compendio de funcionalidad y de libertad, hacia una inspiración que se prende a la vida como una eterna vibración, como una realidad que fluye entre amor de soles, para demostrar una cosecha de experiencias y de anhelos de elevación, de luminosidad, de dignidad humana, dentro de un marco donde se forjen los altos valores del niño y que éstos sean una VERDADERA SIGNIFICACIÓN EN EL PRESENTE, SU ENORME TRASCENDENCIA EN EL PORVENIR.
Por eso me atrevo, dentro de mis carencias, dar rienda suelta a la pobre pasión de mi intelecto y de mi vida; es un impulso emocional sin mayor relieve que mirar de frente y de cerca, la realidad presente que nos envuelve metafísicamente como algo que hemos creado sólo en lo individual, según nuestro grado de progreso pero que de ninguna manera nos pertenece, si nos consideramos promotores de superación y puente espiritual de ese jirón de la vida que es "plenitud fresca de vigor en la hora del alba que es la niñez y la juventud".
Si la obra educativa se reflejara en un vaso de cristal, desde donde todos pudiéramos ver nuestra obra para modelar la imagen del mundo, ello nos convencería que muy poco o nada se ha logrado desde que hay hogares sin trinos, ni alegrías, ni romances en la vida de sus moradores; los hay duros, tristes, fríos, inhóspitos, que más se asemejan a guaridas de fieras que a viviendas humanas. En ellos, las querellas están siempre en los labios de sus habitantes, la reyerta atisba por todos los rincones y la grosería, como "telaraña que cubriera y ensuciara el sentimiento, deslustra dignidades y aja caracteres".
En todos los hogares, las familias son antagónicas y egoístas entre sí, cada una de ellas proclama que no hay otros hijos más bellos, más buenos, más capaces que los suyos, ni tienen más derechos los hijos de su vecina o los de su hermana y anteponen los propios a todos los de todas las familias. Estas contiendas conyugales, tan frecuentes en los hogares en donde anida la ignorancia, la maldad, el vicio, los desajustes económicos, son funestos para los niños.
Así desaparece nuestra herencia, y para rescatarla, es necesario un nuevo impulso pedagógico pero que parta desde la entraña misma de la naturaleza, porque ella es nuestro origen, nuestro afecto creativo y emocional, nuestra diaria superación, nuestra pedagoga fundamental y se dirige hacia las grandes realizaciones del género humano.
Volvamos a ella siguiendo sus propias leyes, siguiendo los diversos caminos como los que hay en las figuras policromadas del barro cocido, simbolizando la iniciación de la vida universal, armónica e inviolable; siguiendo, el misterioso como mágico método del bienestar que revela ese tatuaje maravilloso que se plasma en el arte de nuestros hermanos los indios, ya en charolas, bateas, máscaras, cajas, etc., así como en sus indumentarias que son un dechado de belleza y que vuelca en ellos su innato buen gusto, su extraordinaria imaginación y sus tantas veces reprimida ternura, para hallar ese despliegue de facultades, a un "individuo científico por excelencia, digno de su estirpe y de la humanidad; siguiendo el ritmo de sus danzas que son pasión y expresión de un querer que con gustos y vibraciones de su cuerpo, buscan anhelantes el contenido de una vida de humanos y de hermanos con un beso de gracia divina, con ojos llenos de mundos de paz"; siguiendo, el juego inquietante del lápiz o del pincel a manera de un MIGUEL ANGEL para captar en su inmensidad, la realidad del cielo y de la tierra con arte puro, como una herencia espiritual, y confortados en los brazos excelsos de LA PIEDAD que es redención; siguiendo, en fin, el anhelar de una gota de agua que se asoma a la superficie en busca de sol y de aire para flotar en la inmensidad del cielo, o la del arroyito vivaracho y juguetón y travieso que se luce quitando las arenitas que hay en la planta de los pies al estar jugando con él, o de la presencia majestuosa del río que segundo a segundo nos llama, nos atrae y nos convulsiona hasta encontrar esa luz resplandeciente que da nuestro cielo y el paisaje organizado con su atmósfera nítida, para invitarnos a pensar que nuestras escuelas y nuestros niños, deben vivir con ella, con ella que es la madre común, que es la maestra, porque antepone a la amargura, la ponderada flor de su alegría, que es motor y ascensión, transformación continua, venturoso augurio porque la libertad del hombre no es como la libertad de los pájaros, "porque mientras ésta se satisface en el vaivén de una rama, la libertad del hombre se cumple sólo en su conciencia".
Amado lector: hemos vivido lo suficiente para comprender que la naturaleza es un ser inmenso y vivo. Una lucha diaria y terrible entabla su corazón. Su cuerpo se desgarra como cualquier carne viviente, al choque y al cambio de las temperaturas. Y es que México, el real y auténtico, es la resultante de ese venero de energías y fecundidad, es dínamo y reserva, claridad y espontaneidad, fuerza vital y fecunda, almácigo y granero.
EDUQUEMOS INTENSAMENTE. "Donde el maestro cumple con sus obligaciones, su Patria espera; y de esa grande esperanza estoica de los pueblos está hecho el destino de la humanidad". Su perseverancia en el trabajo, no obstante la pesadumbre de su agro desolado, es flor de luz que reverbera al sol.
SER FLOR ES SER UN POCO DE COLORES CON BRISA, LA VIDA DE UNA FLOR CABE EN UNA SONRISA.
Libro: La Escuela en Espíritu
Autor: Epifanio Estrada Cruz





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