Lágrimas que identifican el amor de un hijo
- Epifanio Estrada

- 31 ago 2023
- 4 Min. de lectura

Camino a mi casa, una niña - ¡0h sexo bendito que guardas la razón santificada del infinito!-, se prestó amable para ayudarme con mis cosas porque notaba que mis piernas se movían torpes, vacilantes, pues una fiebre quemaba y consumía todo mi ser y, cabizbajo y triste, caminaba lentamente por la vereda que se tendía en dirección a mi pobre morada. Mi leal compañerita me dejó a pocos pasos de la casa y se retira silenciosa — afligida diría mejor-, regalándome una sonrisa y una mirada que irradiaban con toda elocuencia, con toda sabiduría, su dulce y afable deseo de que no enferme, de que no sufra y, sobre todo, de que no odie, porque el dolor a veces, es redención. Así entendí el mensaje que entregaron sus hermosos ojos, ojos que hablan y ... entienden. Reanimado un poco por ese acto o muestra maravillosa, pude, con poco esfuerzo, llegar a ni bendito lar, mas, al estar frente a mis padres queridos, intenté saludarlos con el profundo respeto acostumbrado, pero no pude articular una sola palabra; quedé quieto por unos segundos con la mirada en el suelo, mudo y sin ningún control. Después de titánico esfuerzo, logré romper el silencio sólo que a la manera de los recién nacidos o cuando anuncian su llegada al mundo de los vivos: llorando y ... lloré, lloré como no lo había hecho al sentir los duros azotes lanzados por el maestro; lloré desangrándome el alma con furor volcánico; lloré como lo hacen las plantas heridas por mano criminal, ignorando que ellas son las letras del infinito escritas en la superficie de la tierra y, sudoroso y débil, caí pesadamente al suelo tirando mis cuadernos y libros — testigos de mi horrible martirio-, abuelito me levanta de inmediato y me lleva a la cama para ser atendido, mas, al pasar una de sus manos por la espalda para acomodarme, articulé un prolongado y lastimero quejido ... , me levanta la camisa con cuidado y ve horrorizado, las marcas que dejara la vara al caer sobre mi pobre materia en forma despiadada por el maestro, ordena que mis heridas sean curadas inmediatamente. Toma su sombrero y sale sin decir nada. ¿A dónde va? Fácil era adivinarlo: a la escuela. El hombre fuerte y noble entabla ya una lucha consigo mismo; aún no podía comprender que a su nietecito, al que cuidó y cuida con esmero y dedicación fuera a pasarle eso, porque entiende el significado de las aves en el alba y en el ocaso; porque tiene y siente la elevación sublime del hombre, son mácula que cuenta en epopeyas la vida biológica de todos los seres que encarnan y que van de lo rústico a la belleza espiritual, porque puede entender el espectáculo maravilloso que presenta la naturaleza en cada ciclo de su vida ambiental; porque conoce, entiende y habla el lenguaje de las aguas ... , no podía aceptar ese trato tan inhumano, fuera por completo de las normas que señalan las leyes humanas que son reflejo de las leyes divinas.
Ante esa imagen vívida y dolorosa a la vez, mi abuelito querido, pone a prueba todo su ser con toda su capacidad para no delinquir, piensa que, si el trabajo es la actividad más noble en la vida porque es el primer educador del hombre, enseñar, entonces, debe ser un proceso de ternura hacia toda esperanza que brota. Su ascendencia humilde, unido a su vestir sencillo, no le da méritos para considerarlo un gran hombre; pero su filosofía sobre la vida, es poderoso imán que lo identifica como el hombre justo y bueno entre los suyos. ¿Caerá ante este caso inesperado bajo las ruedas de ese monstruo que son los impulsos fratricidas, o se superará como los hicieron los hombres de luz y amor que los hay por millones?... A pocos pasos para llegar a la escuela, se detiene, busca algo en su derredor que no encuentra y espera; el sol, compañero del alma y su benefactor comienza a declinar, su frente se adorna con algunas perlas diminutas que brotan de su interior por el esfuerzo físico-psíquico en que se ve sujeto y, al fin, avanza decidido. Su presencia en el salón de clases provoca un anonadamiento al maestro, se encuentra desarmado por lo inesperado del acto y espera de una sola pieza por lo que pueda suceder; fue duro golpe no cabe duda. El silencio pesaba en el salón de clases, dos hombres se veían frente a frente: la fuerza material contra la fuerza moral o espiritual que es la luz de la vida. ¿Qué irá a pasar? Nada. Todo estaba decidido y muy bien determinado; la entrevista resulta después de todo, corta. El ofendido entró solo para decirle:
"Señor profesor, le ruego que dé de baja a mi hijo porque ya no vendrá y…muchas gracias".
La justicia logró dominar con estoicismo al error como al método y así quedó confirmado que "si la turbulencia dionisiaca está en la tempestad, la cristalización apolínea, semejante a la textura del loto, surge de las aguas de la meditación", porque éstas adoptan todas las formas, son flexibles y tranquilas y apagan las hogueras en silencio.
Libro: La Escuela en Espíritu
Autor: Epifanio Estrada Cruz





Comentarios