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La Patria en una espera feliz


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Transcurrieron los días, amaba con entrañable devoción a mis padres y a la naturaleza -directora pedagógica por excelencia-, como a los seres únicos, olvidando involuntariamente a la Patria Chica y a la Patria Grande, que "junta las tumbas y las cunas, los dolores y las flores, los amores y las espinas; los altares y los tálamos; los recuerdos y los ideales; a la Patria Chica como bastión de concordia cívica que tiene la consagración de un fin que no es interés, ni una ventaja, ni un provecho, sino el de lograr el amor al género humano dentro de una marcha fulgente de paz y de concordia". Sí, me sentía atraído a ellos como el embrujo de luna llena, como la entrada del espíritu que encarna entre cantos y ósculos de amor.


Quería, con esencias de gardenias y florescencias virginales, emanciparme; quería el mañana como una verdadera realidad, como el surco se viste de corolas de flor silvestre en un bouquet de vidas esplendentes.


Ante este aluvión de quereres y de sangre india, forjé nuevas ilusiones y esperé ansioso la hora oportuna para entender también a la Patria Grande, a la Patria Universal, igual o más que el gradual cariño de la vida y del tiempo, que son el peldaño obligado que hay que vencer en esta existencia terrenal.


Mas, mi espera, resulta una disciplina que aumenta en potencia, es una tensión material como espiritual que pide al máximo la integración consciente de una actividad no sólo dinámica sino dirigida a la realidad.


Así se deslizan los días de mi vida con sus imágenes de albas luminosas, es la pantalla trémula de mi ser, anunciando de esta manera el fondo común de las cosas que la animan, puras y diáfanas como el dulzor y aroma de sus mieles.


Libro: La Escuela en Espíritu

Autor: Epifanio Estrada Cruz



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