La hora cero se acerca
- Epifanio Estrada

- 13 sept 2023
- 5 Min. de lectura

Nuestras dos cabalgaduras —la "azuleja" y la "parda"-, estaban listas. Con el pretexto de asistir a una boda de unos parientes, salí con abuelito alegre y emocionado, pues eso significaba entre otras cosas, comer sabrosos platillos y especialmente "mole poblano" que tanto me gusta. Nos detuvimos frente a la casa de uno de mis tíos y abuelito le silbó en forma idéntica al silbido que habíamos escuchado en una de las noches anteriores estando todos en casa. Sale, nos saluda y le entrega una mochila con ropa y se despide. Avanzamos. Al llegar a la parte más alta de la cordillera que sirve de muralla a mi pueblito querido, dirijo la mirada involuntariamente hacia el valle, y extasiado de sus distintas tonalidades que son propias de su topografía esplendente, quedo mudo ante esa expresión de la tierra, donde algo insondable en mis fibras internas me hacían estremecer y provocar deseos de llorar y regresar. Me llamaba el hogar, la familia, la tierra sagrada que llena de vínculos amorosos forjaron mi vida. Ellos son mi herencia, la chispa divina proyectada hacia el futuro desde mi tierna infancia, con la visión cíclica de mi devenir. Suspiré profundamente en ese momento, como para aprisionar en mis adentros, la vida toda de un pueblo para tejer nuevos atuendos con la querencia de los míos en sarape multicolor. Alentado, seguí mi camino.
Llegamos a la casa del novio. Con anterioridad se venía efectuando un fenómeno muy elocuente con las hojas de los árboles; éstas, al término de su ciclo de vida se desprenden de sus ramas provocando una lluvia de hojas color oro; ese día, los enamorados encuentran una alfombra con matices primorosos, que al ser pisada, se escuchan arpegios nupciales con tintes de diana, es una melodía muy peculiar, es un canto de HOJAS MUERTAS con alma musical; más adelante, celebra la llegada un conjunto melódico, se escuchan cohetes, se dan muchos abrazos y felicitaciones a raudales. Es un cortejo de atracción familiar con un ramo bajado del cielo.
Como era de esperarse, siguieron los brindis y la comida opípara que todos tomamos con verdadero apetito. La alegría llega poco después a su clímax cuando el alcohol cobra súbditos bailando como la costumbre lo manda: todo parece una carcajada que se extiende y contagia.
Los desposados, una familia en embrión, han desaparecido. El mancebo se lleva una mujer humilde y sencilla, una mujer buena en extremo y con todos los atributos de su feminidad: de una santa mujer-madre. Es la luz del hombre, es su ángel tutelar, es su puerto de salvación.
La casa comienza a recobrar su tranquilidad habitual. El recuerdo brota como el primer delirio de una vida en transición pletórica de ilusiones.
Nos despedimos e iniciamos el retorno; pero ... ya en el camino real, abuelito toma una dirección contraria a la que conduce a casa. Esto me extraña de momento. Mas, al ver la mochila con ropa que abuelito había recogido en casa de mi tío y que lleva sujeta en la parte trasera de la silla de montar que soporta su humilde como fiel corcel, un escalofrío recorre todo mi cuerpo y comienzo a sudar a raudales, me falta un poco de aire y ... haciendo un esfuerzo supremo, me sereno y me dejo llevar por mi burrita la "parda". iOh amor!, nunca había sentido algo igual. Después de pasarme grandes bocanadas de saliva, pude articular algunas palabras, suficientes para poder preguntarle por qué nos habíamos desviado. Al hacerlo, me dijo:
"Hijito, mañana saldrás para México".
Dicen que el llanto, -material del alma astral-, es un microcosmo con todos los oradores bienaventurados, porque el que llora, ama y comprende la infinita realidad que hay en las acciones humanas. Al escuchar a abuelito decir lo anterior, lloré, lloré y llorando lo seguí escuchando:
"Todo lo hice a escondidas, hijito, porque mamá abuelita, que te quiere tanto, no te dejaría ir, aunque se lo pidiera de rodillas, por eso lo hice así y que el cielo le de resignación. La ropita que vas a llevar, la mandé a hacer también a escondidas. Cuando regrese sin ti, hijito mío, ya puedes imaginarte lo que ella y los demás me vayan a decir; pero ya no tendrá remedio y ... (se quedó pensando) ya estarás lejos de nuestra vista, pero más cerca del corazón; viviremos contigo hasta verte convertido en un ciudadano digno y respetado -hizo mutis-, respetado como Hidalgo y Juárez, o valiente como Morelos, Villa y Zapata ¡qué caray!... por eso lo hice, hijito, por eso. No dijo más.
La noche nos envuelve con su fisonomía extraterrestre, avanza en su densidad habitual hasta que la bóveda celeste se llene de miríadas de puntitos luminosos, brillantes como gemas irradiando amor, elocuencia y sabiduría del querer ÚNICO. Es la paz, la fulgurante página de la vida que arropa todos los quereres de un nuevo día, y en su aurora, hay danza de duendecitos, gnomos y angelitos de bien como exaltación de bendiciones.
En un recodo de frescura atrayente —a manera de una sábana flotante-, desmontamos; era el lugar ideal para descansar por el resto de la noche y continuar en la madrugada hasta llegar al pueblo vecino para abordar el camión que me llevará a la Capital del Estado y más tarde, a la Ciudad de México, punto final de mi viaje.
Entre los avíos se improvisan nuestras camas para descansar. Mi esfuerzo emocional o pensar constante, camina jugueteando con las estrellas porque ya me son familiares; con ellas, mi casita es un universo en miniatura, allí todo es armónico, risueño, encantador; es el paraíso de mis ansias y la quiero y la siento como el latir de los corazones de mis seres queridos. Alguien ha dicho: "hablamos del universo, como el ciego del color". No es verdad.
Quienes tienen ojos para ver, oídos para oír y boca para hablar, reflejan sin quererlo, el renacimiento feliz de una vida eterna y continuada, son el número cabalístico de la plenitud, de la plenitud que vivifica la contemplación de todo lo creado, porque en lo creado está ÉL; que es la simetría sonora y los anhelos efervescentes, el espacio vital que nos corresponde cultivar, el mundo hecho arte, el sol y el centro de nuestra existencia toda; el éxtasis propiciado por el arpa del cielo y la vida de los mundos en su vitalidad fecundante. ¿Habrá otro universo en un podio tan alto, de una belleza tan perfecta, que no vibre en nosotros con sus Galaxias, para utilizar su energía y conquistarlo todo? No lo creo. Somos únicos entre lo ÚNICO. SOLES ENVOLVENTES QUE LOS "PÁRPADOS ABREN AL CERRARSE". En este trance espiritual a que me vi sujeto por la hermandad diáfana que disfrutan los mundos en el espacio sideral, me quedé dormido para disfrutar de unas horas de su florescencia virginal, en un tocado de siete colores.
Libro: La Escuela en Espíritu
Autor: Epifanio Estrada Cruz





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