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La bondad de un querer que redime


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Abuelita, estoica y serena, al conocer los motivos de mi ausencia, resistió todo, calló, lloró en silencio largo rato y su toque femenino es de indulgencia, bondad y serenidad completa porque ya nada puede remediarse, aun sabiendo que arrancar al hijo del seno de la familia, de su medio, de la tradición que lo ha formado, del aire limpio y puro que lo ha bañado, del pensamiento y del amor que lo ha nutrido; de los trabajos y de los juegos que han sido su preciosa experiencia, no es un caso sencillo ni soportable. El niño tiene y lleva reminiscencias cálidas y llenas de la opulencia estética que es clímax de sangre y de raza; de la cocina semioscura y humilde, de donde nace la alegría como un destello acústico dejando el alimento material y espiritual en una SONATA de ovación cerrada y prolongada; el olor que cunde y que deja el pelambre del borriquillo por el abrazo amistoso que se le entrega en un coro de trinos allá en la llanura o en el corral; los hilos de luz múltiple hecho de surco y pentagrama, donde se protagoniza el placer sublime de la vida virgen en manos de arcángeles; el canto silábico o gutural con cadencia de pétalos que se escuchan de los pollitos en su eterna camaradería, son otras tantas manifestaciones de la vida floreciente y natural de los seres que la pueblan y de donde no puede desprenderse fácilmente.


Libro: La Escuela en Espíritu

Autor: Epifanio Estrada Cruz

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