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Falta de vocación profesional


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Una mañana, lleno de dicha, salí de mi pobre hogar en dirección a la escuela con mi peculiar trote cotidiano -trote que se observa en el niño campesino cuando camina descalzo o para no tropezar con los distintos elementos que hay en suelo-, repasando la tabla de multiplicar del cuatro, con la misma facilidad con que se nombran a los animales domésticos o a las cosas comunes y familiares, sin fallas y con la entereza y confianza que da un hecho cuando se domina. Llegué a la escuela. Jamás me imaginé que el saber de memoria el nombre de las cosas en serie, destruiría el encanto de un niño que es semejante que da una parvada de piadosas avecillas volando en pos de un arbolito, o al tañer de un cencerro que se envanece con la magnificencia del crepúsculo, "al anunciar la llegada en salpicón de pezuñas de un rebaño de ovejas al corral", pero así fue y ... isentados!, fue la orden dada por el maestro. Todos nos dispusimos a guardar la compostura acostumbrada: el cuerpo erguido, los pies juntos, manos a la altura de la nuca y los ojos bien abiertos, para no perder ni el menor detalle de su clase y para tener también derecho al único disfrute que da un ensueño con auroras y oleajes de sonrisas: el RECREO, el momento de la intercomunicación sana e ideal del niño y del hombre, porque es la ascensión espiritual del humano, y lo humano, es el deseo del querer fraternal.


La clase da principio. Todo resulta como siempre, monótono, cansado, como cuando se observa un paisaje árido, animado de vez en cuando por alguna avecilla que valiente lo cruza, o por la suave brisa que se percibe en una tarde húmeda, previniéndonos acaso de algún fenómeno atmosférico distinto a lo normal; por lo demás, el maestro olvida hasta de lo más fundamental: cómo y para qué se enseña. La ciencia, esa arca de sabiduría que debe ser síntesis de la filosofía humana, llena de un dinamismo que se agita y se transforma, no se nota, no es una terapéutica eficaz, no es el método sencillo, agradable y prometedor que comienza con una SONRISA, con una palabra DULCE O SUAVE que corrobore con el querer del niño; se pierde todo valor estimativo, pues el carácter psicológico más interesante de la clase, que es el TONO AFECTIVO, EMOCIONAL, todo desaparece; hay algo especial en el maestro que lo aniquila y destruye temporal o definitivamente: la pobreza económica que se refleja en su vestir sencillo; su vida es como el agua del riachuelo, que en temporadas de lluvia su correr es abundante, cristalina, llamativa y cultiva alegrías a todos los seres que la circundan, pero a medida que las lluvias se ausentan, va desapareciendo todo encanto poco a poco, la fisonomía atrayente de su correr febril, sabe ahora no a muerte, su vida y su virtual utilidad.


Así entendía a mi maestro. Sus errores los consideraba justificados y seguía como el picapedrero, dando forma a mi imagen espiritual, aunque desconociendo las fuerzas esenciales de una vida en ebullición o evolutiva. Nos habíamos acostumbrado ya a ese orden estático que es inercia, silencio, falto de conocimiento de una disciplina que es equilibrio, acción, armonía y comunión en el trabajo.


En forma lapidaria, preguntó la tabla de multiplicar del cuatro, fui el primero en pedir darla, pero no tuve respuesta. Interroga a otros compañeros y comienza el suplicio, veía con angustia que, por un leve titubeo o resultado no correcto, eran puestos de pie en la puerta del salón de clases soportando el peso de un ladrillo en cada mano y con los brazos en cruz, u obligados a arrodillarse sobre montoncitos de piedrecillas de "hormigón" muy duras y puntiagudas.


Para terminar esta inquisitorial prueba, tres compañeros que no se supieron la tabla fueron llamados a su escritorio para pagar su olvido o falta de cumplimiento ... , toma una vara de "tlaxistle" —material flexible y resistente- y se dispone a golpearlos, pero no fue así ... , el silencio no se hizo esperar ... hay expectación ... angustia nos mirábamos unos a otros interrogantes ... , avanza y ... sin que nadie lo esperara, menos mi pobre persona, fui nombrado, me puse de pie como impulsado de fuerte resorte, me acerqué a él lentamente y recibí la orden fatídica:


"¡Dale cinco varazos a cada uno!"


No reaccioné de inmediato. La orden me convirtió en un vil guiñapo humano, sin color y sin fuerzas, algo así como nuestro globo terráqueo sufre un sacudimiento con bramidos aterradores en su interior, esperando el desenlace que por muchas circunstancias será fatal. Mi postura encolerizó más al maestro y replicó en tono de un endemoniado: "¡Pedazo de animal! ¿No oíste?".


En mi corta vida material nunca había pegado a alguien porque a todos quiero por igual, no era cobardía o miedo lo que me impulsaba a no hacerlo, no, era el recuerdo de los míos porque ellos me enseñaron —aunque parezca paradójico- a vivir respetando y queriendo a todos por igual como verdaderas entidades que componen el Universo, y a quienes amo profundamente como al ser que me dio al vida y que tuve la desdicha de no contar con su presencia material desde corta edad. Mamita: gran dolor hecho dulzura/ matrona noble y a la par sencilla; / mi amor está perlando tu mejilla/ y bebiendo la miel de tu ternura/. Ellos me enseñaron a quererlos con toda integridad, como a la naturaleza con sus días calurosos, con sus noches salpicadas con fuegos de estrellas, de luna y de mar; con sus lluvias zigzagueantes hechas de fe y de esperanza; con el hambre y con el frío que es como el estudio de un libro abierto que incita a la acción; ellos me enseñaron a tener un carácter fuerte, tal vez hosco, pero con alma limpia, buena y pura como son todas las cosas que se hermanan para hacernos comprender que todos, todos somos iguales, que todos somos de todos y necesitamos de todos; por eso, golpear a mis compañeros sin deberme nada, era para mí el fin del mundo; temblaba de ira y lanzaba miradas de sangre ardiente contra mi maestro por esa humillación y por ese suplicio que me impedía encontrarme a mí mismo, sudaba y sufría como un condenado al paredón y ... después de esta presión inesperada, pude darme cuenta al fin de lo que estaba pasando; pero al tener el verdugo —la vara- en mis manos, mis angustias aumentaron nuevamente y tomé entonces una decisión terminante, pronunciando tres palabras que fueron bombas de alto poder para el maestro:


"¡No les pego!" … y tiré la vara sobre la mesa.


Hecho una fiera herida, un autómata, se abalanzó sobre mí y tomándome de ambos brazos con todas sus fuerzas, me sostuvo casi al aire por un rato profiriendo no sé qué maldiciones y ordenó enseguida al compañero de mayor estatura y peso que me cargara; él cumplió la orden no con mucho agrado y quedé suspendido de sus hombros. Con la vara que había dejado caer en la mesa, descargó sobre mi pobre organismo toda su furia y coraje una y otra vez, muchas veces; soporté el castigo sin derramar una lágrima según el decir de mis compañeros- por tan cobarde acontecimiento Flagelar una vida aún en botón de esa manera, es quebrantar de cuajo todas las leyes de la naturaleza, porque el niño es un pequeño sol, la materia florida, la flor del Cosmos, el músculo solemne, donde puede vivir el pensamiento más puro y limpio como la naturaleza sublime, engalanado de esencias acrisoladas de bendiciones y de amor.


Libro: La Escuela en Espíritu

Autor: Epifanio Estrada Cruz


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