Crear, he ahí la meta
- Epifanio Estrada

- 31 ago 2023
- 3 Min. de lectura

Mi baja en la escuela tuvo frutos halagüeños con el tiempo. Abuelito revisó su pasado en el frontispicio que señala el inicio de su vida, cubierta de tradiciones y prescripciones para estar colocado en la posesión de las libertades esenciales a que todo ser tiene derecho, y encontrar en él la sabia condición que gravita en todo buen padre: velar por el hijo bien amado, sí, por el hijo que es flor de la vida, por el hijo que es concepción suprema, la acción atómica o fecundante de las especies más redimidas y asombrosas en el mundo de la naturaleza, desde el micro-espacio de la célula generadora. Sin ser —abuelito- un elemento enigmático o fuera de tono, se posesiona ante la realidad y hace cálculos, mide fines, crea propósitos, investiga y forma conclusiones, conclusiones que son elocuentes ejemplos dignos por su deseo sincero y que se asemeja a los órganos interiores de una flor en botón: "planos creadores y funcionales mediante una estructura afectiva".
Esto que fluye en él como una virtud, como un camino, motiva su mayor impulso para leer o entender la razón de su existencia. Poco apoco va modelando esa idea que le vibra con natural encanto, como un poseído de la brisa y del rocío cuya unidad psíquica aumenta de potencia por su influencia magnética en el amor, de esa chispa avante que da facultades para ver, oír, sentir y actuar.
Al fin vislumbra lo deseado y ... con un "alabado sea el cielo", se posesiona de ella al mismo tiempo que lo coreaban los nidos en un renuevo de alas, como un banderaje de esmeraldas que llegaron hasta los rugosos troncos que son pies de una vida que se debe al cielo y al cielo se encaminan con sus brazos abiertos. La feliz idea surgió de un ansia que surcaban sus celdillas y que pudo conservar al fin, como el tatuaje celestial que tiene el secreto de lo Eterno y que pudo reventar como burbuja ígnea para ver con toda nitidez lo que era: UNA ESCUELA. Una escuela donde se cristalice su idea fecunda, donde se forjen hombres íntegros, hombres que se midan por su PENSAR, QUERER Y ENTENDER a través de sus obras; hombres, en fin, que tengan el valor de los grandes mortales para vivir dentro de una disciplina cuya potencia lo abarque todo, pero dentro de una libertad que nunca termine, como la herencia inmortal cubierta de un amanecer de gemas impolutas.
¿Soñaba entonces? Soñaba quizá y soñando, llegó hasta un ranchito donde las crisálidas preparan su última metamorfosis para saltar al fabuloso mundo vegetal y enriquecer la flora y la fauna del lugar; llegó hasta un ranchito donde confluye el camino temporal de las aguas que bajan de los montes para limpiar y codificar su bendita estructura como virginal y envolvente ley natural.
Allí vivía el predestinado: era joven, recio, adusto, firme, decidido, franco y sobre todo, humano. Un joven que cabalgaba entre zarzales, montes, flores y espinas, para ahijar con ello, el recuerdo de su apreciable padre que ya se había encaminado hacia los cielos y porque había perdido también la oportunidad de graduarse como Maestro Normalista; por eso volvió a remontarse, a buscar calor y pasión con los que hicieron su infancia y mecieron su cuna; allí donde miraba lo suyo con toda familiaridad como se mira el alba, la tierra y el maizal; donde el dolor moral como fermento creador, le dio a entender y a experimentar los cambios de los días y de las estaciones en cada año de su vida material; allí donde la ternura del hombre se polariza de fijo en las tareas del campo, donde totalmente absorto, sigue la dirección del surco que amoroso se abre frente a él y se olvida hasta de estimular a sus recios como pacientes bueyes, porque tierra y yunta, les son como un símbolo en plenitud y esperanza, como una toga de amor y de paz. Quería ser maestro de escuela y la hora estaba próxima.
Abuelito logró inyectarle ánimo, a recordarle que educar con libertad es dignificar, es la acción del sentimiento, la expresión didáctica, el fuego divino del querer en la exultación creadora, la palabra sencilla y blanca que se dilata en la carne y en la mente como un mensaje de esperanza hecho corazón, para entender los problemas de los niños, de esos capullos que son el rico filón verde que lo envuelve y le merece respeto y culto, porque la tierra nunca miente. UN SUEÑO A LA MEDIDA DEL TIEMPO QUE SE CUMPLE.
Libro: La Escuela en Espíritu
Autor: Epifanio Estrada Cruz





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